En los noventas, en un cuarto había pósters. ¿Por qué? Porque el cuarto de uno era una declaración de la personalidad. El colgar o pegar pósters era un lenguaje que se debía decodificar para conocer a una persona nueva. De hecho, entrar al cuarto de alguien era entrar a una parte de su cerebro.
A continuación una guía práctica del lenguaje de los pósters.
Si se trata de una niña, tener un póster de una banda de rock te hacía osada. Porque eso implicaba haber ido al puesto de diarios y pedirle al diariero una Generación X o 13/20. No intenten buscarlas, ya no se editan.
También reinaba en la habitación de una niña un póster del ídolo juvenil carilindo, que se extraía de la revista Chicas. Para mí, todo era Axl, por lo tanto, mi ídolo juvenil y mi banda peligrosa convergían en su barba pelirroja y sus calzas con flores.
Ahora bien, pósters de Luis Miguel o cualquier otro cantante edulcorado, latino y en alza te revelaban como una ñoña. Sin vueltas. Si el homenajeado era un actorcillo de Beverly Hills, tal vez que tu reputación no era tan desastrosa.
Para los sujetos, un póster de una banda de rock era lo mínimo indispensable para considerarlo sujeto. Si no había pósters en ese cuarto, había que huir! También era de esperar que el sujeto colgara pósters de su equipo de preferencia en el soccer balonpié, o, en menor medida, de deportistas de otras disciplinas que no interesan. Un póster de sujetas en paños menores desalentaba. En la pubertad, nadie está preparada para competir con Kim Bassinger.
Ahora, si un sujeto regalaba un póster, eso era amor verdadero: tan verdadero como sólo se da en la adolescencia. Si te convocaba a tomar decisiones sobre lugar y sentido de los pósters de su cuarto, el acto constituía un compromiso aún mayor.
Los pósters eran los gritos que no les podías gritar a nadie porque no daba. En mi caso personal, además de Axl por todos lados, en mi cuarto estaban Kurt Cobain y Billy Corgan. Y una veintena de letras manuscritas de canciones que reflejaban mi situación tapando los lugares libres entre pósters y empapelado.
Mi teoría personal es que ya no existen pósters en los cuartos de los
jóvenes porque existen los espacios virtuales. Esos perfiles, decorados y
adornados con frases o fotos personalizadas, han desplazado a los
pósters. Entonces, los cuartos de los jóvenes hoy (no que los recorra
mucho, pero hay cosas que se saben) se disponen desprovistos de pósters,
con paredes desnudas. ¿De quién es este cuarto? Podría ser el de
cualquiera. ¡No despersonalice su cuarto! ¡Cuelgue un póster!