Yo volví de vacaciones con lo que eso implica.
Haber pasado 10 días en un paraje costero me borró por completo de las
actividades propias de quienes se quedaron en la ciudad. Entonces, siendo
bienvenida en Azara, templo del cualquierismo si los hubo, por Lau y Paz,
pasaron a anunciarme todo lo que yo me había perdido por haberme ido 10 días a
la costa. Imagínense un coro de tragedia griega, anunciando con alegría y
ansiedad, casi en simultáneo – en estéreo- y en perfecta coordinación las
siguientes apreciaciones:
-
¡Hay
que ir a ver una película nueva!
-
¡Del
lejano Oeste!
-
¡Es
de unos cowboys!
-
¡Que
son gays!
-
¡Y
se aman!
-
¡Y
son lindos!
Yo acaté e internalice todos estos
datos. Perfectamente. Iríamos a ver el filme. A la
premiere en los Village Recoleta. Y en mi mente
yo creé la imagen de unos cowboys afeminados, vestidos con flecos y
lentejuelas, teniendo desopilantes aventuras en el lejano y polvoriento Oeste,
sin que se les ensucie la ropa o se les arruine el peinado.
Subiendo
la escalera mecánica, las chicas me señalaron el poster de la película que
íbamos a ver. Quiero aclarar algo. Si a mí Laura o Paz expresan un juicio de
valor, yo, indefectiblemente, lo voy a acatar como la verdad suprema y no voy a
molestarme en revisar si ese juicio o información es correcta. Creo en ellas y
en su sapiencia ciegamente. Veo el poster. Un Heath Ledger cariacontecido de
costado, evitando hacer contacto visual con el otro actorcillo de apellido
nórdico.
-
Qué
serio que es el poster, para ser una comedia. – Dije, con calma.
Me miraron azoradas.
No
sólo jamás comprendieron por qué mecanismo psicológico yo creé una imagen tan
desapegada de la realidad a partir de sus palabras, si no que trataron
desesperadamente de hacerme entender que no iba a ser una película liviana, más
bien, todo lo contrario.
Éramos
las únicas personas heterosexuales en la sala, y lloramos tanto o más. Una
excelente película, una historia desgarradora que, por suerte, no fue comedia.
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